viernes, 21 de agosto de 2015

Dormíamos en el suelo y trabajábamos 13 horas por 100 pesos

México, D.F.- Autoridades del estado de Coahuila aseguraron dos predios (El Pedregal y Santa Cruz) localizados en el Ejido Estación Hidalgo, del municipio Ramos Arizpe, donde laboraban 200 niños en condiciones de esclavitud.
En el operativo participaron elementos de la Procuraduría de los Niños, Niñas y la Familia, Secretaría del Trabajo y Procuraduría General de Justicia del estado (PGJE), quienes lograron rescatar a 54 niños. El resto huyó del lugar con rumbo desconocido.
En un comunicado, la PGJE informó que fueron detenidas tres personas: Roberto Martínez García, de 50 años; Pedro Cisneros Rodríguez, de 36, y Juan Gerardo Castillo, de 39 años, encargados de la finca donde se empaquetaba cebolla y calabaza, entre otros productos del campo.
Uno de los detenidos admitió que tenía la encomienda de reclutar a menores en Veracruz, San Luis Potosí, Tamaulipas e Hidalgo.
De acuerdo con la dependencia, por la mañana los niños eran alimentados sólo con café y un pan, y el resto de la jornada se les suministraba agua con sal para evitar la deshidratación. Por el trabajo realizado recibían una paga diaria de 100 pesos.
Con la ilusión de una vida mejor salieron de su natal Veracruz, para trabajar lejos de su hogar. Quien los contrató les ofreció techo, comida y un sueldo digno, sin embargo a los pocos días de estar laborando se dieron cuenta de la cruda realidad, pues las malas condiciones laborales las jornadas abusivas y la mala alimentación eran sólo algunos de los problemas que reinaban en las granjas de Prokarne dónde laboraban.
Hace poco menos de un mes, Camilo Hernández se fue a varios poblados de Veracruz para conseguir trabajadores a quienes ofreció un sueldo de 120 pesos por jornada, un lugar donde dormir y tres comidas diarias. Ilusionado con poder llevar algunos pesos a su familia Mateo, de 17 años, aceptó la oferta de trabajo y emprendió su aventura hacia el norte, a las granjas localizadas en el predio Santa Cruz, pertenecientes al ejido Higo, en la carretera a Monclova a la altura del kilómetro 27, Coahuila.
Mateo es un joven delgado, con la mirada perdida, probablemente por la desilusión que se llevó al venir a las granjas a trabajar, pero en esa mirada también se reflejaba la preocupación de sacar adelante a su familia, es por eso que tomó el trabajo sin pensarlo dos veces.
El primer día Mateo cuestionó que en donde se quedaría y le indicaron que dormiría en el piso, en una de las bodegas que se encontraban a un lado de los sembradíos. Por la necesidad no opuso queja, por miedo a terminar el contrato de dos meses que ya había firmado.
Desde ese día le indicaron que su labor sería recolectar calabaza y cebollín y otras verduras, trabajos que comprendían de 6 de la mañana a 7 de la tarde, en donde sólo tenían una hora de comida y descanso.
Mateo recordaba a su familia y las malas condiciones en las que vivían, este era el motivo por el cual continuaba esforzándose en su trabajo, para poder sacar adelante a sus seres queridos.
“Trabajar no era una opción, allá en Álamo, Veracruz, no hay trabajo, de estudiar ni hablamos, si en la casa no hay que comer ¿Pues cómo?, por eso cuando llegaron a ofrecerme trabajo acepté sin preocuparme porque estaría lejos de casa”.
También contó que el contratista les ofreció 120 pesos, por jornada laboral sin embargo al llegar a las granjas les dijeron que la paga sería de 100 pesos. “Ya estando acá cómo decir que no, a veces llegué a pensar que abusaban de la necesidad que teníamos, pero ni modo de regresarme y llegar a la casa con las manos vacías, además no me iban a pagar hasta que terminara el contrato”.
Todos los días él y otros 53 menores eran levantados a las cinco de la mañana para el almuerzo, que consistía en café y pan, pero el principal alimento que les daban era un plato de lentejas, como comida y cena; al concluir las jornadas laborales los menores se agrupaban y coincidían en que los trajeron con falsas promesas. Después de esto, rendidos por la labor del campo dormían para el día siguiente seguir trabajando.
Los días fueron pasando, Y las condiciones laborales no mejoraban, sino por el contrario pues el tiempo para comer era más corto y el mal dormir no los hacía rendir lo suficiente.
En las mismas condiciones se encontraba Eleuterio, un joven también originario de Veracruz, pero él de 15 años, quien salió por el mismo motivo, ayudar a su familia y tener una vida mejor, para después continuar con sus estudios.
“Yo si quiero estudiar, pero primero hay que llevar dinero a la casa allá estamos en pobreza extrema y, aquí tenemos un plato de lentejas diario allá en ocasiones no tenemos eso, es por eso que yo me vine a trabajar con el permiso de mis padres, para ayudar a la familia” comentó.
“No podemos llegar a la casa con las manos vacías, salimos para hacer dinero y no sabemos si hoy nos van a pagar las horas que trabajamos, o si no las van a descontar, ¿Qué sigue? ¿A dónde nos llevan?” Son las preguntas que se hacían Eleuterio y que le hacía al resto de sus compañeros.

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