jueves, 25 de junio de 2015

Columna sin nombre

Pablo Jair Ortega
 
LÓPEZ ARIAS Y LOS ESTUDIANTES GOLPEADOS
En los días de crisis de 1968, el gobernador veracruzano Fernando López Arias recibía una llamada del presidente Gustavo Díaz Ordaz para darle instrucciones --palabras más, palabras menos-- de que reprendiera a los estudiantes de la Universidad Veracruzana, quienes se habían unido a las protestas estudiantiles que cimbraban al Distrito Federal.
Xalapa no era la excepción: en los 60, la Atenas Veracruzana vivía su esplendor como capital cultural, intelectual y estudiantil en el país.
La respuesta del originario de Suchilapan, congregación de Jesús Carranza, fue tajante: “No voy a reprimir a mis jóvenes”, porque López Arias sabía que la perversidad del presidente era en el sentido de que el aparato y fuerza del estado reventara las protestas pero en la provincia, lejos de la capital del país (donde se llevarían a cabo los primeros juegos olímpicos de la historia de México) y lejos de la culpabilidad y responsabilidad histórica que recaería en el primer mandatario.
Esta desobediencia le valió la enemistad de López Arias con el famoso “Trompa de Pato”, quien finalmente tuvo que disolver a sangre y fuego el mitin de la Plaza de Las Tres Culturas, en la Unidad Habitacional Tlatelolco, en ese nefasto y triste 2 de octubre.
López Arias tampoco toleró del todo las protestas en la capital de Veracruz; a algunos maestros y alumnos los detuvo, encerrándolos en la cárcel; dejó que las protestas fluyeran y se realizaran marchas por las calles de Xalapa. Se puede decir que la “represión” del entonces gobernador fue más suave, orientada al control y vigilancia del orden público, pero nunca en un sentido estrictamente represor y asesino.
Pocos saben esta historia, pero quienes han documentado la historia de López Arias (como su sobrino Víctor López Nassar, quien estuvo con él en sus últimos días) han dado cuenta que el famoso “Boca Chueca” tomó una difícil decisión que pudo haberle costado su carrera política y optó por lo más prudente: defender a sus jóvenes, “castigarlos” en Xalapa y contenerlos para que no viajaran al Distrito Federal, a sabiendas de que la verdadera represión estaba por venir.
Finalmente, la historia juzgará la difícil decisión de López Arias en los días aciagos de 1968, pero los datos ahí están y los sobrevivientes también.
EPÍLOGO
Existe una anécdota que más o menos se narra así: se dice que Jesús Reyes Heroles, el ilustre tuxpeño ideólogo del PRI, sentó a los líderes de las izquierdas para dialogar con ellos, pero antes que todo les espetó: “Son ustedes unos pendejos… Mientras la izquierda no sepa unirse, trabajar juntos, jamás nos van a quitar el poder; a nosotros nos unen los intereses comunes, el trabajo y el poder”. Pero así son los manifestantes de hoy: mitoteros, anarquistas y ahora hasta con becas en el exilio.

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